Movember, día a día
Una de las etapas de los hombres que denota que se está desarrollando y que comienza la etapa de la madurez [¿?] es la adolescencia o pubertad. Ahí comienza a gestarse los cambios físicos como el crecimiento de los huesos y la masa muscular [esto puede no aplicar a todos, pero las clases de anatomía de las escuelas, eso dicen].
Entre tanto
cambio que se experimenta, hay uno en especial que a muchos los hace sentir
realmente hombres, el que comienza a poblar el labio superior: la aparición del bigote.
La primera
señal es en el momento cuando a contraluz se ve ese vello finito como de durazno, sin
embargo, no se toma tanto en cuenta. Conforme pasan los días, las semanas y los
meses, se nota que ya dejó de ser fino y comienza a crecer y a tomar una
coloración oscura.
La sorpresa -aunque con el paso del tiempo se haya visto su evolución- viene cuando se
observa a detalle frente al espejo que lo que hay ahí es un verdadero bigote.
La zona ya se encuentra habitada y deja de ser una sombra para convertirse en
seña particular del rostro.
Con la prueba
fehaciente de su aparición se generan dos bandos, los que agradecen esa
cualidad y los que la rechazan. Los primeros porque se sienten más atractivos,
además, hay que recordar que se está en la clásica “edad de la punzada” con las
chicas. Los segundos prefieren tener la cara limpia y no portar un bigote, que
en primera instancia, siempre se asemeja al de Cantinflas, sólo en las comisuras.
La siguiente
decisión importante es determinar si es necesario rasurarlo o conservarlo.
Aunque las chicas no lo crean, es algo trascendental que -literalmente- puede
cambiar la vida de los chicos. Al hacerlo la primera vez, el vello comenzará a engrosarse, jamás tendrá esa fineza con la que nació y toda la vida volverá a salir. El rastrillo se convertirá en el
amigo inseparable hasta la muerte.
Conforme
pasan los años, la costumbre llega y las condiciones van cambiando. Ya se puede
andar con la barba crecida o rasurado, según el contexto donde se mueva. En la
actualidad es una característica de lo que las revistas de moda y glamour
llaman el “hombre contemporáneo”.
La tendencia
masculina va encaminada a la despreocupación por la apariencia de la cara,
aunque las madres y abuelas sigan comentando que se da el aspecto de estar
sucio; ellas aún apelan a los hombres pulcros e impecables de sus épocas.
Hoy, el
bigote es moda. No de aquellos que siempre o regularmente lo portan, sino de
los que hasta le dan forma o lo enroscan como el tipo revolucionario o a la
Salvador Dalí. Aparentan una personalidad intelectual -no dudamos ni por un
segundo de que muchos lo sean- y vanguardista que les permite estar en
determinados círculos.
Esperamos que
muchos recuerden que por allá de finales de septiembre publicamos el post El bigote, ¿hace la diferencia? que tiene un contenido sobre el mostacho, sus
características, pero sobre todo, la predilección que está generando entre los
hombres, donde algunos saben su significado, pero otros tantos no. [Si dan
click en el título, volverán a revivirlo].
Estamos en el
onceavo mes del año, tiempo en el que se lleva a cabo “Movember [contracción en
inglés de la M de Moustache (bigote) y November (noviembre)]”. Este es un gran
movimiento global que ha tenido gran aceptación y captación de seguidores en
los últimos nueve años.
Movember es
la lucha continua para hacer conciencia sobre el cáncer de próstata y distintos
tipos de enfermedades relacionadas en los hombres. Uno de sus objetivos es que
la información que comparten ayude a cambiar los hábitos y la salud de los
varones.
A esta
carrera contra la enfermedad se han unido personajes para mostrar con orgullo
su bigote. El responsable de haber reunido a grandes celebridades es el
diseñador australiano Scott Triffle al elaborar una serie de ilustraciones
titulada simplemente Movember.
La colección
consta de 30 pósters, una para cada día del mes, que incluye a estrellas tales
como El Capitán Garfio, Asterix & Obelix, Ned Flanders, el infaltable Sam
Bigotes, el irritable J. Jonah Jameson, por supuesto, los plomeros Mario y
Luigi y el galán Magnum, entre otros. Aunque no está, podríamos incluir a uno
de los galanes mexicanos por excelencia: Mauricio Garcés.
Todos y cada
uno de ellos posee un mostacho que los hace diferente a los demás. Largos o
cortos, incluso, algunos que sólo cuentan con unos cuantos pelitos, pero que
son parte de su esencia.
Para conocer
más de las obras de Scott Triffle, den click en su nombre.
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