La bondad de prestar un hombro


Los trayectos diarios para ir y venir de la escuela o el trabajo suelen ser muy largos para algunas personas. El vivir lejos de nuestros lugares de reunión, y no tener auto, implica viajar en transporte público. La mayoría conocemos la odisea que se vive al subir al camión, microbús, combi, Tren Ligero, Metro, Metrobús, Tren Suburbano o cualquiera de los nombres que reciba; éstos son sólo algunos de la ciudad de México.

Primero, encontrar un lugar en algunos de los vehículos puede ser el primer obstáculo. Hay quienes, sin tener otra alternativa, deciden emular al Hombre Mosca y van colgados y expuestos a un accidente. Una vez que se puede llegar adentro, la siguiente complicación deriva en encontrar un asiento vacío para sentarse. Pueden pasar segundos o minutos, incluso, cerca de la hora. Cuando por fin se logra el cometido de descansar en lo que se viaja -quisiéramos decir cómodamente, pero en ocasiones los asientos atormentan el coxis y la columna- comienza la etapa del disfrute de la lectura de un libro, escuchar música o simplemente ver el entorno.


Si el viaje es cuando ya terminó la jornada escolar o laboral, se puede tornar más fastidioso porque el cansancio está presente. Si ya se libraron todos los escollos anteriores, se corre el peligro de quedarse dormido. El cuerpo y los ojos pesan como si hubiera lozas encima; los músculos flaquean y ya no responden a las indicaciones del cerebro, como si alguien más se apoderara de los sentidos y cada uno de los miembros. El inevitable fin está a escasos parpadeos para sumirse en la oscuridad, la lucha se ha perdido.

Los durmientes del transporte se pueden dividir en dos bandos: los que tienen control de su cuerpo y mantienen la vertical, así haya movimientos bruscos, y los que tienen el cuerpo flácido y se mueven en el vaivén de los automotores.


Con los primeros no existe ninguna complicación, porque además están alertas cuando alguien les habla para poder pasar. Su dominio es extraordinario, ya que su cuerpo parece programado para dormir la distancia exacta para abrir los ojos y descender sin complicaciones.

El segundo grupo es el que se convierte en un espectáculo, tanto cómico como desagradable para terceras personas. Esas escenas cotidianas que muchos hemos visto de las personas que “cabecean”, que están a punto de caer y en el último momento se vuelven a incorporar, ante la expectativa de los presentes que sólo admiran la capacidad de equilibrio sin atreverse a despertarlos.


Quizá la situación más incómoda para algunos es cuando el que se va durmiendo se balancea hacia ellos, y no sólo eso, en un acto instintivo su cabeza se acopla en el hombro del vecino de a lado. Esa secuencia es de las más comunes y las reacciones del sujeto/soporte son variadas.

La proximidad es algo que cuidamos los individuos como uno de nuestros tesoros más preciados. El mantener la distancia adecuada con otro ser es fundamental para no sentir invadido el espacio que nos corresponde. Cuando la irrupción ocurre, ponemos barreras físicas y verbales para alejar al asaltante territorial. Por eso, cuando alguien en el transporte tiene visos de ladearse hacia nosotros, la primera reacción es alejarlo levantando un poco más el hombro, empujándolo levemente o haciendo ruidos para que despierte y tome conciencia de lo que está pasando.


La frecuencia de que ocurra lo contrario es escasa. No todos desean ser objeto de acurrucamiento de un extraño o extraña, puede ser por diferentes circunstancias, pero así sucede. Sin embargo, hay quienes no tienen inconveniente y comprenden que el cansancio se apodera del cuerpo, así que aceptan sin miramientos que alguien vaya recargado en su hombro.

Hace unas semanas circuló de manera viral una imagen de una persona de raza negra, en estado totalmente inconsciente por el sueño, que iba recargado en el hombro de un hombre judío que no tuvo problema con este hecho. Su propagación se dio tan rápido debido a las ideologías y contexto social entre ambas personas, donde ninguno hizo caso de sus normas y conductas y se entregaron a un acto noble.


La fotografía motivó a la organización de caridad llamada Charidy a llevar un experimento de conducta social entre los usuarios del metro de la ciudad de Nueva York, para poner de manifiesto si aún existen los valores de generosidad y amabilidad entre la gente.

La prueba consistió en la actuación de un hombre desconocido, llamado Isaac, el cual se sentaba y conforme pasaba el tiempo se quedaba dormido, reclinándose hacia el hombro del usuario de a lado. Enfrente de ellos iba alguien con una cámara oculta grabando las secuencias.


Obviamente, las reacciones iniciales ya las describimos: no fue del agrado de muchos. Pero la sorpresa fue que descubrieron que había quienes lo aceptaban hasta con una sonrisa. No importó la raza ni el color ni la religión, ahí es donde entra el espíritu del ser humano por procurar al otro, entendiendo las condiciones.


Charidy dice con mucha razón “Cada momento es una oportunidad para ayudar a los que nos rodean”. ¿Cuántos lo hacemos día a día?


Les dejamos el video:


Y esta es la imagen viral que inspiró a Charidy:

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