Lujo pambolero
El marketing hace de las suyas en todos lados, se mete y se instala en la
vida de las personas y abre un camino para hacerse de un nicho de fieles
seguidores de aquello que venden, de esas cosas que construyen una necesidad
material.
Su omnipresencia cobija lo visible: arte, moda, deportes, política, ideologías,
lo que le pongan; tiene la habilidad de reptar por los lugares más inhóspitos,
contagiando de materialismo, saliendo victorioso.
Con el paso de los años, el fútbol se convirtió en una vitrina que tiene
proyección nacional, y gracias a la globalización mediática, el mercado
internacional es un aliado que puede igualar, o superar, las ganancias locales.
La publicidad se encuentra en las vallas que están alrededor del campo
de juego, en mantas sobre el piso, en espectaculares, en animaciones a cuadro dentro
de la transmisión, pero sobre todo, de donde nunca se mueve es de las playeras
de los jugadores.
La colocación de las marcas en el pecho de la armadura es un patrón
generalizado, son entradas económicas para los clubes. De eso dinero depende la
contratación de un crack, un jugador que hará la diferencia en la temporada.
Desde que se dejó de lado la pasión por el juego y el fútbol se
convirtió en un negocio redondo que gira por todo el planeta, la necesidad de
las directivas por atraer más capitales se volvió una urgencia.
Los patrocinadores son vastos, desde el rubro automotriz o las casas de
apuestas, hasta los grandes consorcios financieros bancarios,
quienes, incluso, han logrado hacer que las ligas de fútbol lleven su nombre a
cambio de una cuantiosa rebanada de pastel rellena de dólares.
Colocar una marca en el frente no es una tarea sencilla. Cuando se
logra, las alianzas se anuncian a los medios de comunicación y el nombre
comienza a circular por doquier, sin embargo lo que venden los patrocinios son
productos de uso general.
Los jugadores pocas veces utilizan lo que ofrecen los socios del club,
pero son un gran modelo de portar marcas que no tienen relación alguna con el
deporte, como los nombres de los grandes diseñadores, las llamadas marcas
de lujo.
En las calles, antros y galas, los futbolistas muestran el glamour
dejando de lado el sudor de la camiseta. Visten las prendas con gran soltura e
innovan en el vestir, imponiendo una moda, como esa de usar traje oscuro con tenis
negros de base blanca.
El diseñador inglés Sean Bull se dio cuenta de este fenómeno, la fusión
del fútbol con lo elegante, y emprendió el proyecto llamado Luxury Brands
Football Kits, una colección de playeras con patrocinadores majestuosos.
Dior, Givenchy, Prada, Chanel, Hermés o Gucci son algunas de las tipografías glamourosas que se introducen en el pecho de las camisetas de equipos como el
Paris St. Germain, Real Madrid, Juventus, Mónaco, Milán o la Roma.
Y no sólo los nombres de prestigio, sino que el diseño total de la
playera tiene los elementos de prestigio que encumbran a las marcas. Algunas
sobrias, otras más cargadas, pero hay la seguridad de que si salieran al
mercado, se agotarían en un corto periodo, aunque su precio sería elevado.
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