Mecanografiando rostros
Antes de que la tecnología nos
alcanzara crear una obra de arte tal vez resultaba un proceso más romántico. Con esto no
demeritamos los impresionantes trabajos
que los artistas contemporáneos crean, pues los avances aplicados en las diversas
técnicas artísticas han dado resultados
sorprendentes, y muchos de ellos, finalmente, tienen como base a los grandes
clásicos.
La fotografía, por ejemplo, que en sus
inicios resultaba un proceso de mucha paciencia,
desde la toma del objetivo a fotografiar, hasta la etapa final para obtener la
imagen plasmada en papel, hoy es una
captura al instante, aunque el trabajo previo y posterior también requiere
su tiempo. En el caso de la literatura,
los escritores comenzaron usando tinta y
papel para contarnos historias y
relatarnos hechos reales o fantasías
originadas de su imaginación.
Cuando
se inventó la máquina de escribir,
para muchos amantes y profesionales de la pluma aquello de escribir a través de un aparato era algo frío y antinatural, se
perdía el romanticismo del contacto directo con el papel.
Uno
de los primeros grandes escritores
que se lanzó a la aventura tecnológica
fue Mark Twain, quien compró su
primera máquina en 1874, aunque demoró 9 años para que se decidiera a dictar su
primera novela a un mecanógrafo. Le siguieron Tolstoi y Lewis Carroll.
En Superficiales
Nicholas Carr cuenta cómo este invento cambió los esquemas mentales de Nietzsche o de T. S. Elliot. El vínculo llega a ser en algunos casos de pura
dependencia. Como lo es para el escritor estadounidense Cormac McCarthy. Desde comienzos de los 60 escribía en una Olivetti
Lettera 32. En 2009 su máquina fue subastada por un cuarto de millón de
dólares. McCarthy no pudo acostumbrarse a escribir sin su máquina y acabó
comprándose una idéntica por cincuenta dólares en una tienda de antigüedades. Otros
maestros de la pluma como Paul Auster
sentían gran pasión por su Olimpia SM9 que le dedicó uno de sus libros, The
Story of My Typewriter.
Es
así como la máquina de escribir supuso
un gran descubrimiento para varios escritores. Mecanografiar no sólo se trata de dar golpes, también es un arte, pues se necesita práctica para conocer bien la ubicación de los tipos y no cometer errores,
pues no existe la tecla de borrar.
Quizá varios de ustedes la usaron para entregar sus primeros ensayos y trabajos
escolares, recordarán el papel desperdiciado y las gomas o los correctores que
se empleaban para hacer desaparecer la letra tecleada por error.
Las nuevas generaciones tal vez no conozcan una máquina, para muchos quizá
resulta algo obsoleto. Pero no para el joven ilustrador brasileño Álvaro Franca, quien se vale de este hallazgo
del siglo XIX para hacer un homenaje a
sus autores preferidos a quienes retrata
en escala de grises en su serie Typewritten
Portraits.
Franca
imprime varios golpes para dar forma a los rostros de José Saramago, Clarice
Lispector, Jack Kerouac, J. D. Salingery, Charles H.
Bukowski; destacados escritores que no sólo han dejado una huella a nivel
literario, sino que también, al igual que Franca, utilizaron una máquina de escribir para crear.
Álvaro
Franca tiene sumo cuidado y precisión en
mecanografiar y no perder detalle de las caras de sus homenajeados.
Aquí
el video de cómo crea Typewritten Portraits.
Si
quieren conocer más del trabajo de Álvaro
Franca echen un vistazo aquí.
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