La camaleónica sirena de Starbucks


Es probable que mi poca afición al café haga que me vuelva más observador cuando voy a algún establecimiento, siempre acompañando a alguien o por una reunión con los amigos.


En lo que menos me fijo es en el menú cafetero, de cualquier modo sé que lo único que pido es un vienés con leche deslactosada mediano. Ver a los clientes cómo checan y rechecan el menú líquido es una delicia, porque creo que al igual que yo, siempre terminan pidiendo lo mismo.


Ya tiene varios años que la oleada de cafeterías ha invadido varias zonas de las ciudades, se convirtieron en asunto trendy, lugares de moda bajo el pretexto de reunirse con los demás.


Esto lo han aprovechado los grandes emporios para establecerse y posicionar su marca con características especiales para su producto. Los de buen paladar sí distinguen los sabores del café de grano hecho en una región u otra del planeta, en una cafetería de plaza o de la calle.



Las cadenas transnacionales se han apoderado del mercado, dejando a las pequeñas en desventaja. Aquí viene otra cuestión: ¿la marca te hace una mejor persona que tomar un café de máquina en el minisúper o en la cafetería pequeña de la esquina?


Es curioso que se prefiere pagar más por una bebida en un establecimiento que está abarrotado que en uno que no lo está y que además tiene casi el mismo producto a un menor precio. Seguro que muchos dirán que el “casi” es la diferencia, y puede que tengan razón desde su trinchera.


Uno de estos grandes comercios es, indiscutiblemente, Starbucks. Quien va a uno está en otro nivel [o al menos así se cree]. Estar sentado en sus sillones o sillas es reflejo de andar in, ni hablar cuando se trae un vaso con su logo en la mano, ¡vienen de un Starbucks!


Y esto es y no culpa de la empresa. Lo es porque saben posicionar su marca sobre las demás, ofrece categoría y clase; no lo es, porque no obligan a una sociedad consumista a comprarles, es la gente la que desea ese estatus... que ellos venden.


Ni hablar de cómo bautizaron el tamaño de sus bebidas: Alto, Grande, Venti y Trenta. Por eso en México surgió una competencia nacional que trata de refutar eso diciendo que sus bebidas son Chicas, Medianas y Grandes, una regla universal de las medidas de consumo.



El color verde junto a la sirena es el distintivo de Starbucks. En el mundo se ha convertido en una marca reconocible, pero esto no es de unos cuantos años para acá, sino que llevan más de cuatro décadas haciéndolo. No son nuevos en el negocio del café como muchos piensan.


Su historia se remonta al Seattle de 1971 cuando tres socios deciden poner una cafetería. El nombre, supuestamente, está inspirado en el capitán Starbuck, primer oficial del barco ‘Pequod’ de la novela Moby Dick de Herman Melville.


A lo largo de estos 43 años, el logo de la sirena ha sufrido varias alteraciones para llegar a la que ahora conocemos. En unas imágenes tenía el pecho descubierto, en otras, el ombligo, y algunas más hacían ver la doble cola como si tuviera las piernas abiertas. Al final decidieron que el cabello le tapara el pecho y no le dieron tanto peso a la doble cola de pescado.


Esa misma exclusión le da el diseñador coreano Soo Min Kim al rediseñar los vasos de Starbucks y modificar a la sirena, otorgándole roles de personas comunes en situaciones reales.


La sirena no sólo adquiere el papel de una mujer, sino que también representa a hombres y personajes de la cultura popular como a los Beatles, los Avengers, un Transformer o Darth Vader.



Un gran porcentaje de sus pinturas hechas a mano respeta el rostro feliz, el cabello largo y la corona, elementos básicos que derivan en una caracterización de personas que se encuentran en el metro, el gimnasio, son una esposa, un ama de casa, un conductor, una paciente hospitalizada o una azafata.



Cada día las obras reflejan mayor madurez e imaginación, fruto de los años de trabajo sobre los vasos de papel.



Para conocer más de Soo Min Kim, den click en su nombre y apellidos.


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