Explorando la intimidad
Cuando nos sucede algo, cuando estamos tristes, cuando andamos
melancólicos o cuando no queremos tener contacto con los demás [casi] por regla
general nos refugiamos en nuestra recámara.
Nos tumbamos en la cama para ahí comenzar a sufrir en serio o para
tranquilizarnos y comenzar a ver desde otra perspectiva lo que nos pasa. Estar
en un lugar cómodo, seguro y poder cobijarse con algo es una acción muy cotidiana de la
mayoría de las personas.
La recámara es una fortaleza donde, desde adentro, podemos dominar nuestro
territorio, donde controlamos lo que está alrededor sin necesidad de pedirle
permiso a alguien para mover los objetos, por ello, es un gran refugio donde
sólo existimos nosotros.
Además de ser el espacio controlado, forma parte de la intimidad. Es un
lugar donde se habla con uno mismo, ya sea en frente al espejo o
introspectivamente. La desnudez es una cosa natural, alejados de las miradas
extrañas, aunque sean familiares.
Ahí se puede ser uno mismo, sin penas ni temores porque no hay alma que
juzgue los actos. Es probable que sea el cuarto de las verdades, del verdadero
yo, del cómo quisiéramos ser afuera pero que por ciertas condiciones externas
no se puede desarrollar ese otro carácter.
A lo mejor las mujeres consideran su recámara como un templo sagrado más
que los hombres. El hombre no es tan minucioso en sus actos como lo son ellas,
sin embargo, hay excepciones.
La intimidad de las mujeres es algo que despierta mucha curiosidad en los
demás, sean hombres o mujeres. Qué hay dentro de esa zona de confort siempre es
un misterio que muchos quieren dilucidar.
La artista Karen Ann Myers tiene
una gran pasión por investigar la complejidad de la psicología de las mujeres,
pero no lo hace por medio de sesiones o terapias, sino que su universo
comprende la visión desde la recámara. Ahí donde los rituales de la
belleza se transforman en un culto.
Su trabajo consiste en evocar imágenes de mujeres que están en la cama,
en ropa interior la mayoría, vistas desde el techo. Estas postales no son fotografías,
sino que forman parte de la destreza de la pintora para detallar cada contorno,
expresión y mirada de sus féminas.
Así, Myers nos convierte en voyeristas de tiempo completo porque hace
que el espectador analice cada elemento que se encuentra dentro de la recámara
desde la postura de la joven hasta los objetos que se encuentran en el escritorio
o el piso, pasando por una tableta que tiene la aplicación de Netflix abierta o el disco de Cat Power.
La posición de cada una de sus bellezas denotan sensualidad y una
despreocupación por ser vistas en ropa interior, pero sobre todo, por ser
observadas en su entorno de mayor intimidad.
Para ver más de la obra de Karen Ann Myers, den click en su nombre.
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