La mirada del taxista
Las
grandes metrópolis tienen concentraciones mayores de personas en su interior.
El ir y venir de entes por sus calles conlleva aglomeraciones en el tránsito
vial como el peatonal.
La
densidad de población es alta en comparación con las zonas rurales. El
movimiento constante revela una atmósfera que en muchas ocasiones está llena de
estrés, de velocidad, de ajetreo, de claxons, de gente molesta, de retrasos en
la entrada a la escuela o trabajo.
Para
que la movilidad de la población no se vea mermada, los gobiernos decidieron
implementar el transporte público para que la sociedad se pueda mover de un
lugar a otro en tiempos más cortos y a un precio accesible [quizá en varios
lugares no sucede lo mismo, pero esa es la esencia].
El
transporte público se compone de varios vehículos como las famosas combis,
microbuses, camiones, Metro, Metrobús, Tren Ligero, Tren Suburbano, bicicletas
y, los amados y odiados al mismo tiempo, taxis. Es probable que esos mismos
sentimientos inspiren los demás.
En las
ciudades pululan los taxis. Mundialmente son reconocidos por su
color amarillo, aunque ya no es una regla, en algunos lugares son de otro
color, como en la ciudad de México que cambian de color con cada cambio de gestión
administrativa local.
Al parecer,
una de las pocas palabras que son reconocidas en todos los rincones del planeta
es la de taxi. El transporte individual es una necesidad prioritaria para
desplazarse. La necesidad de subirse a uno se da en las horas de entrada y
salida de las oficinas y, para algunas madres, en los horarios escolares.
Los taxis
no son un invento de la era moderna, existen desde principios del siglo XVI. Por
allá del año 1505, el emperador romano germánico Maximiliano I le pidió a la
familia Von Tassis que creara una ruta para transportar el correo entre sus
residencias en Holanda y Francia. El resultado fue una línea de coches de posta
que creció en fama hasta cubrir de Austria a España.
En la
era moderna hay taxistas famosos. El extraordinario Robert De Niro encarnando a
Travis Bickle en la película Taxi Driver, que deambulaba por la vida nocturna de
Nueva York. Otro, menos famoso y nada glorioso, existe en la canción “Historia de Taxi”
de Ricardo Arjona que hizo que muchas féminas desearan subirse a su “nave... un Volkswagen del año 68”.
Y así
como esos taxistas, hay uno que aprovecha sus viajes por las ramificaciones de
asfalto de la ciudad de Yokohama, en Japón. Saca ventaja de andar
por lugares inhóspitos, diferentes, con una estética visual vasta en colores y
sombras. Hablamos del taxista y fotógrafo Issui Enomoto.
Este singular
personaje, además de otorgar el servicio de transporte, decidió en determinado
momento cargar con una cámara fotográfica y captar todas las instantáneas que
puede desde el interior de su taxi, dándole un toque mágico al uso del reflejo del cristal.
Con
esto, capta momentos de los pasajeros que estuvieron con él y ya descendieron
del vehículo, así como parte del entorno de la ciudad en diferentes horas del
día. Su oficio y profesión le dan una visión diferente de lo que sucede en las
calles, el ir y venir de personas y vehículos que están ajenos a un lente que
los tiene como objetivo.
Para Enomoto,
su taxi es “como un pequeño submarino avanzando en el inmenso mar lleno de
componentes” a fotografiar. Los elementos visibles se convierten en el objeto para
ser capturado en el tiempo, lo que provoca que sus sentidos se exalten.
Su
colección Taxi in the Sea está compuesta por fotografías de múltiple exposición
que muestran la belleza que encuentra en sus recorridos por Yokohama.
La apreciación conduce hacia una línea que parece llena de fantasmas, terrenos
paranormales y etéreos que se difuminan en el tiempo, aunque Issui Enomoto ya
los tenga inmortalizados gracias a su lente.
Si
quieren conocer más de Issui Enomoto, den click en su nombre.
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