La envidia


Cuando hablo de la Envidia vienen muchos ejemplos personales, extensos y detallados [no se preocupen, no ahondaré en ellos], solo diré que he sido suya en infinidad de ocasiones con decenas de personas y relaciones, en casi todas las etapas de mi vida, fingiendo que no existía. Negándola siempre, hasta enamorarme de ella.

Terapias, videos, lecturas, platicas y preguntas sobre las emociones de las cuales no se habla, y el mundo prefiere hacer todo para evitarlas o “malmirarlas”, me ayudaron a adentrarme en un territorio casi virgen de descripciones para las emociones “indecentes”, enamorándome de ellas sin remedio, en primer lugar de la maravillosa Envidia, quitando los tabúes históricos propios de ser un pecado capital.

No es que no existan los estudios sobre este seductor vicio, sino que pocos han dado pautas para poder manejarlo en vez de vetarlo. Podríamos pensar que la lista de pecados capitales fue un asunto de control social en vez de apoyo, creada por Evagrio Póntico en el S. II D.C. y modificada por el Papa Gregorio el Grande  en el S. IV D.C. Resulta que estos dos hombres, según la historia, realizaron estudios filosóficos y prácticos [entre ellos la lista de pecados capitales], debido a su vida de recogimiento e invitaban a una vida ascética y contemplativa del “sí mismo”, muy ligada a la cultura oriental. Si partimos de aquí, esta lista de pecados podría ser una guía de experimentación y no de contención.

Una invitación a observar las emociones propias de una manera creativa, dejando de lado la dependencia infantil a lo externo. En la literatura de principios del siglo XX lo manifiestan Hermann Hesse, Khalil Gibran y Friedrich Nietzsche en sus personajes Abraxas, El Profeta y Zaratustra respectivamente, y por otra parte, Carl Jung con sus estudios de Psicología Analítica. Nos incitan a una experimentación de la vida al reconocer la plenitud en cada ser humano, con la suma de todas sus partes. Estas ideas, basadas también en la contemplación, y nada nuevas para la  humanidad, proponen un camino hermético, pero no en soledad, sino en aceptación.

En la actualidad, algunos estudios neurológicos afirman que la envidia se encuentra en la misma zona del cerebro donde se canalizan las recompensas. Es decir, podría estar ligada a la competencia con el otro por recibir el mejor premio, que en nuestra sociedad puede ser casi cualquier cosa.

Parul Sehgal, editora del The New York Times Book Review, habla sobre del tema como la capacidad de poder inventar grandes novelas sobre la vida de otros, al crear historias que llenen ese vacío que sentimos al envidiar. Después de la experimentación propia, me acerqué a mi objeto de estudio -los humanos con los que me relaciono- para preguntarles: ¿has sentido envidia? y ¿cómo la manejas? La mayoría respondió que sí, y coincidieron en dos puntos: sí la sienten y la resuelven mirándose a ellos mismos, autoconfesando que admiran a la persona que envidiaban y terminaron por sentirse inspirados. Cuando lo asumieron, vino la recompensa: hacer lo  que realmente querían sin comparar su labor. Parul observa algo parecido en su estudio, al ver a la valerosa aceptación de admiración como solución a la envidia.


Para Dante, los que pecaban de envidia se encontraban en el infierno con los parpados cosidos por “mirar con malicia”. Otra interpretación, poco divulgada, de esta misma escena, es la metáfora de ver el interior propio; si nunca lo hiciste, quizá resulte una experiencia infernal, Aunque estás a tiempo de descubrir que envidiar es una señal para comenzar a verte, no por miedo, sino porque ahí está la recompensa.

Podríamos tomar nuestros vicios como potenciales virtudes cada vez que aparezcan [seamos realistas, para eso de la iluminación aún tenemos tiempo]  y dejarnos del cuento de la autoestima baja, la falta de aceptación y la dependencia infantil a los malos ratos. Veámoslo como un apoyo para centrar nuestra atención en crear lo que nos hace sentir bien sin pensar en que otro ya lo ha hecho, o tiene más éxito, o sólo porque tememos ser envidiados; vamos, que en pocas palabras, es una llamada de atención para dejar de poner peros a lo que realmente te gusta ser o hacer.

La envidia representa la creatividad que poseemos para inventar historias sobre otros. Este sentimiento involucra la capacidad intrínseca del ser humano para construir y deformar casi cualquier cosa. Aunque podríamos quedarnos atascados en los maravillosos cuentos que hacemos para alguien más, es también la oportunidad de seguir la recomendación del Oráculo griego de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Experimenta contigo, experimenta decirte abiertamente “envidio a fulanito por esto”, empieza a escuchar esa gran historia que te cuentas sobre él o ella, asume tu envidia y ve el tiempo que le has dedicado; después, date sin distracción el mismo tiempo, intención y atención que dedicaste a esa historia que no es tuya, pero ahora, para contemplarte y empezar a escuchar lo que quieres. Empecemos a cerrar los ojos, no para evadir, ni contener, sino para crear lo que sí somos y queremos.

Esta es la historia de amor entre la envidia, los sentimientos más bajos y yo, al demostrar su talento campesino en una mente fértil, sembrando historias ideales, perfectas, llenas de amor, que yo preservé con tanta emoción contenida. Porque me ha invitado seductoramente para crear una historia que tenga mi nombre. Para enseñarme que tanta creatividad vive en cada uno de nosotros, admiremos eso.



Temis Laguna es directora de Cananmaga, freelance en Desarrollo Cultural y Desarrollo de Contenidos

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