Baño francés
De los consejos más útiles que dan los papás es ese de “pasa al baño
antes de salir a la calle”, con el fin de evitar sufrimientos en lugares donde no hay un
baño para depositar los desperdicios del cuerpo.
Algunos siguen este consejo al pie de la letra, sobre todo si su viaje
es largo, pero otros son testarudos y prefieren apegarse al valor y la fuerza
humana para aguantarse y que no salga ese chorrito por cualquiera de los dos
canales de desagüe.
Muchos hemos padecido esa imperiosa necesidad de ir al baño cuando
andamos en la calle. Conforme pasa el tiempo el sufrimiento crece y se acumula
en la parte media del cuerpo hasta llegar al estado frigorífico de los
escalofríos.
La necesidad lleva a perder la vergüenza. Es tanta la urgencia por
encontrar un baño que se pide permiso es comercios, tiendas, casas o de plano
se acude al arbolito o llanta de coche más cercana para eliminar la tortura
interna.
Antes los baños públicos estaban abiertos para cualquier persona. Hoy
que pasaron a la iniciativa privada, su acceso tiene un costo lo cual te otorga el privilegio de tener cuatro cuadros de papel por si tus ganas son mayores.
Los eventos masivos, por reglamentación, están obligados a colocar
urinarios para los asistentes, esas cajas azules rectangulares que están
dispuestos en filas y que representan uno de los agentes patógenos más letales
si por alguna razón se vierte su contenido cerca de tu cuerpo.
En el siglo XIX, París se encontraba atestado de barrios, sin embargo, se
le avecinaba una modernización a cargo del Barón Haussmann. Ante esto, el
fotógrafo Charles Marville se aventuró a capturar la múltiple esencia
arquitectónica y sus paisajes antes de que fueran transformados.
Dentro de su vasta colección se encontraron imágenes de los diversos
urinarios de esa época. Lugares donde sin pensarlo entras, aunque no tengas ganas, porque muchos de sus
diseños son excepcionales.
Los había en diversos lugares y de muchos diseños. En medio de la plaza,
inmuebles específicos, en forma de chimenea, descubiertos y cerrados.
Cada uno de ellos guardaba el pudor de los asistentes, principalmente hombres.
Disfruten de la historia parisina con estos urinarios sui generis.
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